domingo, 26 de julio de 2009

Historia Haitiana

Un relámpago y el súbito estrépito de un rayo impactando la tierra le sobresaltaron. La lluvia empezó a caer a cántaros. Y pareció imposible poder conciliar el sueño. Había una extraña sensación en Víctor al recorrer la habitación, como si el mismo fuera un extraño. “Pero realmente lo eres” dijo para sí. “Llaman a Haití un paraíso tropical, pero estas calles isleñas bien podrían ser una sucursal del infierno”.
Víctor era un inglés dedicado a escribir reportajes para una revista de turismo. Tenía una mente ágil para recordar datos precisos con sólo escucharlos, bastaba una lectura simple para que no olvidara un nombre. Siempre había sido un poco escéptico y morboso a la vez.
Había leído una revista en el avión donde se mencionaba el folclor de la isla. Y recordaba particularmente un tema que llamaba su atención: zombies.
En la revista leyó “En 1937 la folclorista estadounidense Zora Neale Hurston conoció en Haití el caso de Felicia Felix-Mentor, fallecida y enterrada en 1907 y a quien, sin embargo, muchos lugareños aseguraban haber visto viva treinta años después convertida en zombi. Hurston se interesó por rumores que afirmaban que los zombies existían realmente aunque no eran muertos vivientes sino personas sometidas a drogas psicoactivas que les privaban de voluntad. No pudo, sin embargo, encontrar datos que fueran más allá del mero rumor... Espero no ser yo quien descubra la verdad”. Bromeó en ese momento para sí y se recostó en el asiento de clase turista.
De vuelta en el hotel, algo parecía fuera de lugar. No era la basura regada aquí y allá a lo largo de la calle que podía ver desde la ventana del cuarto de hotel. Tampoco era el frío desolador que la lluvia había traído y que le daba a la calle un aire de película de terror.
Y a lo lejos, le pareció escuchar unos pasos lentos pero constantes. Se detuvo a mirar desde la ventana, a buscar cualquier anomalía que amenazara con terminar con esa sensación de seguridad que le daba la oscura habitación. “Aún falta mucho para el mediodía” masculló. “No creo que sea”.
Empezó a llover con más intensidad, pero aún así se podía escuchar cómo se apretaban los pasos en las baldosas encharcadas. De repente, no supo si era el eco y la reminiscencia de la lluvia pero a medida que se iban acercando a la cuadra final antes de llegar al umbral del edificio, su piel se erizaba. Se sentía cada vez menos seguro.
Y entonces en la entrada pudo ver su cuerpo mojado por la lluvia pertinaz. Se alegró tanto que no pudo evitar sonreír como niño. Se ató la bata rápidamente, tomó una toalla del baño y cruzó el pasillo presuroso. Al llegar al lobby le ofreció la toalla, pero ella sonrió diciendo a manera de saludo: “Me caería mejor un baño, ¿me acompañas?”. Por toda respuesta sólo pudo corresponder a su sonrisa.
Por un momento, Víctor sintió que era un tanto extraño no ver a nadie en la recepción, pero no quiso prestarle demasiada importancia, después de todo su cuarto era lo suficientemente grande para albergar a dos amantes. “Tal vez solo fueron al baño”; se dijo para no pensar nada extraño.
Entraron al cuarto y después de arrojar al piso el par de maletas que traía, se volvió hacia ella para darle un beso pegajoso. Víctor sintió como le hirvió la sangre de inmediato. Había pasado más de dos semanas sin verla y la temperatura sanguínea de los dos se multiplicó. Le arrancó la ropa como pudo y apenas llegaron a la cama. Poco hubiera importado pues nunca fueron muy afectos a lo convencional. El decirse anormales era una broma un tanto recurrente entre ellos.
Así, entre besos y pasión, los engulló la noche. No supieron de si, hasta el nuevo día, cuando pasaban de las 12:00. Joy, yacía envuelta en la sábana blanca que tapaba lo justo para convertirla en una postal perfecta de artístico erotismo.
Desde que la había conocido en Francia, Joy tenía un halo de misticismo que la hacía demasiado deseable para Víctor. Nunca parecía desesperarse por nada, como si supiera algo que todo el mundo ignorara. Y por si fuera poco, parecía que su belleza natural como el sol, nunca dejaba de brillar. Además de ser increíblemente hermosa, tenía ese toque rebelde que hacía que Víctor fantaseara mil cosas con sólo verla. Su punto débil era un tatuaje en la pierna izquierda que ella llevaba. Unas líneas que nunca comprendió pero que a él le parecían un diagrama hindú muy sensual.
Víctor pensó en pedir un café para leer el periódico. Intentar anticiparse a los deseos de ella, y por enésima ocasión intentar adivinar su apetito. Tomó el teléfono y marcó para dar tono a Servicio al cuarto. Nadie respondió. “Vaya, parece que aquí todos van al baño en el momento preciso. Esperemos.”
Se asomó al balcón y descubrió que en la calle, no había más que papeles volando de un charco a otro. “Quizá todos los haitianos padecen del estomago”.
Una vez más tomó el teléfono. Pulsó REDIAL. De nuevo sin respuesta. “Diablos, malditos isleños” dijo en un tono más elevado que el habitual. “¿Qué pasa cariño?” preguntó ella apenas desperezándose. “Nada… estos isleños que no sé donde se han metido, quería pedir el desayuno para sorprenderte pero esos brutos no me dejan”. Como siempre, ella sonrió y le dijo: “Ok, sorpréndeme, baja a hablar con alguien, mientras yo me ducho ¿está bien?... prometo seguir aquí cuando regreses”.
Le guiñó un ojo y ante eso no hay algo que él pudiera hacer. Asintió y antes de salir de la habitación Joy le dijo: “Quizá cuando regreses, yo te de una sorpresa también”.
Al caminar por los pasillos tuvo esa sensación de extrañeza con la que te topas al saber que algo está mal. Ningún niño corriendo por ahí ni la madre detrás de él. Vamos, lo más común siendo verano. “En fin – se dijo – veamos que excusa tienen los de Servicio a cuarto para no haber atendido el teléfono”,
Se paró frente al elevador y presionó el botón. Nada pasó. Esperó cinco minutos. Nada pasó. “Mierda, ahora si estoy molesto… debo usar las escaleras… yo y mi estúpida gran bocota” dijo, como arrepintiéndose de querer ser galante con Joy.
Después de bajar los 3 pisos que separaban la habitación sintió un vértigo que le estremeció como lo hiciera el rayo la noche anterior. Manchas de sangre por todo el vestíbulo. Empañando la pulcritud del mármol que adornaba las columnas de la entrada. El magnífico escritorio de recepción.
Su respiración se empezó a agitar. Víctor no tenía una idea de lo jodido que estaba. Pero lo supo de inmediato al girar su cabeza 90º a la derecha. Lo que parecía ser un hombre de la localidad, un maletero que cambió de color su uniforme, de gris a magenta, devoraba con sagacidad las entrañas de una mujer, cuyas blancas piernas y rubios cabellos suponían la fascinación de aquel ser por los manjares extranjeros.
Sintió como si algo cayera junto de él, pero de inmediato quiso ahorrarse, en la medida de lo posible, cualquier ruido por muy necesario que este fuera. Pero al estar pendiente del maletero que se comía a la rubia, sólo se percató de que estaba acompañado cuando sintió la fétida respiración de un nuevo anfitrión. Al girarse pudo ver de cerca la piel agrietada de este nuevo amigo, un poco más joven, tenía el atuendo de un hooligan: sudadera con gorro, jeans y zapatos deportivos; el hooligan lo miró con los ojos inyectados en rojo escarlata y la boca desbordando sangre en un tono un poco más oscuro. “¡Dios santo, son zombies! - pensó para sí - Ahora veo quienes son los artistas del lobby… Dios… ¡Joy!”.
Su grito se ahogó cuando el joven zombie emitió un gruñido sobrecogedor. Víctor sabía que si iba a tener una oportunidad para subir los tres pisos, sería ese momento. Y entonces, como si se tratará de una carrera, emprendió la huída, mientras el hooligan, se erguía cada vez más como dejándole saber a Víctor que escapar no sería pan comido.



Mientras Víctor corría, apenas y podía respirar. Recordó lo que había leído. Sencillamente no lo podía creer. Mientras pensaba en todos los datos que leyó acerca de zombies en su vida, no podía recordar uno que le fuera útil en ese instante.


Cuando por fin, vio el numero 307 se sintió un poco aliviado. Pero al tratar de abrir la puerta con la tarjeta de acceso, notó que no la llevaba consigo. “Mierda, eso fue lo que se me cayó”. Volteó y el hooligan estaba a diez metros de él, distancia que se cubría de la puerta al primer escalón. Tocó insistentemente en la puerta, mientras el hooligan parecía sonreír demostrando la ventaja que tenía.


Víctor no hizo caso a la mueca burlona, y siguió tratando de abrir la puerta. Justo cuando sentía que alcanzaba la gloria por lograr su cometido, un abrazo fuerte lo sujetó por atrás y lo levantó.

Era su viejo amigo, el maletero. Entonces, el hooligan se acercó a Víctor y trato de morderlo en un brazo, pero este se zafo hábilmente del abrazo del maletero al balancear su cuerpo con destreza. Así, el hooligan había mordido a su ayudante. Sangre en el piso. La puerta se entreabrió, Víctor entró a la habitación de golpe y corrió buscando a Joy por todo el cuarto. Olvidó cerrar la puerta.


El hooligan y el maletero lo sujetaron con una fuerza descomunal y lo azotaron en el piso, dispuestos a terminar con Víctor. Empezaron a golpearlo y arañarlo terriblemente.


De repente, como si se tratará de una broma malvada, vio acercarse a Joy, desnuda. Los zombies que antes parecían descontrolados, ahora mantenían su fuerza con una aterradora nobleza ante la sirena que cubría sus pechos con largos cabellos castaños.


Víctor tuvo que hacer un esfuerzo por no reclamar al atar todos los cabos en ese instante. Se había dejado convencer por Joy de visitar Haití para su próximo reportaje. Y hasta entonces comprendió que FMF era el tatuaje de Joy, sólo que la última F estaba invertida. Felicia Félix-Mentor, la primera zombie haitiana. Joy como Happiness, como Feliz, como Félix.


“No puede ser… - dijo Víctor queriéndose recuperar del impacto – no puede ser”. Por toda respuesta, sintió la mano de Joy que le acariciaba el cabello mojado de sangre. Ella se llevó la mano a la boca, y haciéndole una seña para que guardara silencio, le dijo: “Sorpresa”.