domingo, 8 de febrero de 2009

Capitulo 3




Otra de las cosas que recuerdo muy bien de mi infancia es la enfermedad que me aquejó desde que nací hasta casi llegada la pubertad: el asma.

Es bastante feo padecer esa enfermedad, sobre todo cuando lo que mas te gusta es jugar fútbol. Eso te limita bastante en cuanto a la cantidad de goles que puedes meter, y a la cantidad de metros que puedes correr.

También es muy traumante enfermarse los fines de semana cuando las instancias gubernamentales de salud no trabajan, más que en Urgencias, y todos sabemos que llegar un sábado por la madrugada a una sala de Urgencias del IMSS es un verdadero viaje. Empezando por las enfermeras que te reciben.

Cuando tenía yo aproximadamente seis años, mi mamá y yo, nos vimos obligados más por la inexperiencia y mis defectuosos bronquios a aparecernos una noche en el IMSS para atenderme un cuadro asmático que me tenía al borde del hoyo, y debo decir que no nos quedaron ganas de regresar; sobre todo a mí, ya que sentía que cada segundo que pasaba sin una máscara de oxígeno era tocar más fuerte a la puerta de San Pedro.

La enfermera nos recibió con un rostro gélido que parecía que le acabábamos de mentar la madre al preguntarle si me podía atender. Quizá ella era discípula de Sócrates y su mayeútica, pues por toda respuesta escuchamos:

- "¿Está afiliado?"

A lo que mi madre dijo:

- "Sí"

Y la enfermera, quizá aliviada un poco por tener que hacer menos papeleo, y suavizando el gesto, nos dijo:

- "Esperen aquí a que les llamé"

Benditas palabras que dijo la mujer. Nos dirigimos a la fila de sillas que se intercalaban naranjas y blancas, esas que asemejan un huevo y que abundaban en la mayoría de las oficinas de gobierno en los años ochenta. Yo sentía que podía respirar de nuevo y mi santa madre veía con menos preocupación mis ojos. Cual sería nuestra sorpresa al ver que al cabo de dos horas seguiríamos ahí "esperando a que nos llamaran".

Fue entonces cuando aprendí la lección de este capítulo. Mi madre, más que enfurecida, se levantó de la silla de plástico naranja y me dijo:

- "Estate quieto aquí, y trata de estar tranquilo, ahorita vengo"

Supongo que mi madre no pensó que en mi situación me iba a parar para corretear un rato. No había mas opción.

Entonces vi, como mi mamá se dirigió con toda la decisión que se podía permitir en ese momento hacia la enfermera. Y le dijo:

- "Oiga señorita, mi hijo está ahí sentado desde hace dos horas, y si no me lo va a atender un médico me lo llevo ahorita a un particular..."
- "Señora, calmese... es que hay muchos pacientes..."
- "Pacientes nosotros, que nos aguantamos aquí dos horas viendo como usted se pinta las uñas y platica con el conserje. Si tuvieran tantita consideración, aunque sea una inyección ya le hubieran puesto al niño en lo que lo revisa el doctor; pero como se ve que usted nada mas viene a aplastar las nalgas en su silla"
- "Señora, no le permito que..."
- "¡No! si no te estoy pidiendo permiso

Yo no sé que fue lo que le hizo actuar a mi mamá así, pero me agarro de la mano y me llevo a la Cruz Roja, donde en menos de media hora ya me habían controlado el cuadro de asma, con una dolorosa inyección, pero al menos podía respirar.

Se preguntarán cual fue mi lección aprendida. o tal vez no. En todo caso, podría ser yo como la enfermera y dejarlo a su imaginación. Pero prefiero escribirlo. Aprendí que todo tiene un límite, a veces no acordado, pero todos somos capaces de darnos cuenta que cuando las cosas no parecen cambiar a tu favor, es momento de tomar acciones radicales. Una palabra que discrepa, dicha en el momento preciso, puede cambiar siempre el rumbo de una historia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ahahaha ahahahah ahahahah tu mamá debería ser comadre de mi mamá xD ahahaha me cae xD yo tmb tengo asmita ^^